El 4 de enero de 1979, el muelle Almirante Storni de Puerto Madryn fue escenario de una de las tragedias más impactantes que se recuerden en la historia local. Aquel día, el carguero Mataco, un pesquero de 110 metros y 83 tripulantes, ardió en llamas mientras se encontraba atracado por una avería en uno de sus motores. Las horas que siguieron dejaron marcas imborrables en la memoria de quienes estuvieron allí.
El Mataco no era un barco cualquiera. Había llegado a la Patagonia tras ser adquirido en España por la empresa Frumar, adaptado como factoría para procesar merluza en alta mar. Aquella mañana, mientras los motores eran revisados, un accidente eléctrico desató un incendio que pronto se tornó incontrolable. Fue un golpe doble para la tripulación: primero, la muerte de un electricista en el incidente inicial, y después, la rápida expansión de las llamas, alimentadas por la madera que formaba buena parte de la estructura del buque.
Las llamas no tardaron en ser visibles desde varios kilómetros a la redonda. Desde la ruta que conecta Trelew con Madryn, los primeros bomberos que llegaron describieron una columna de humo oscuro que ascendía sin interrupción hacia el cielo. El fuego consumía con una voracidad alarmante, y la brisa constante no hacía más que empeorar las cosas.
Los bomberos locales, al darse cuenta de la magnitud del siniestro, solicitaron ayuda inmediata. Desde Trelew y Rawson, las autobombas partieron en un recorrido que también tuvo sus propios contratiempos. Un integrante del cuartel de Rawson recordó, años después, cómo tuvieron que detenerse varias veces en el camino para enfriar el motor del vehículo. “Cuando llegamos, parecía que el fuego tenía vida propia”, relató.
En el muelle, las órdenes se gritaban por encima del rugido de las llamas. Mientras unos intentaban enfriar la sala de motores y la popa, otros avanzaban hacia los sectores de mando. El agua comenzaba a escasear, y la decisión de bombear agua directamente del mar resultó clave para controlar el incendio antes de que el atardecer cayera por completo.
Al final del día, el incendio dejó un saldo de seis tripulantes fallecidos y una sensación de vulnerabilidad que marcó al sector pesquero y a la comunidad. El Mataco quedó reducido a una estructura calcinada, un símbolo de lo que puede ocurrir cuando el fuego se convierte en una fuerza indomable.
Eduardo Lomolino, uno de los sobrevivientes, nunca olvidó aquella jornada. “El barco estaba vivo hasta que dejó de estarlo. Cuando uno lo miraba desde lejos, parecía imposible que algo así pudiera terminar bien”, confesó.
A 46 años de aquella tragedia, el incendio del Mataco no se recuerda con solemnidades grandilocuentes, sino con una mezcla de respeto y aprendizaje. Fue una lección dura para la industria, que desde entonces buscó mejorar la seguridad de sus operaciones. Fue, también, un recordatorio del poder de la naturaleza y de los límites de la acción humana frente a un fuego que no hizo más que avanzar hasta que ya no pudo.
Fotos Fernando Cacho Nelson
Texto: Redes Al Mar con información de Fernando Cacho Nelson